Por Tato Ferrer
Se escandalizan. Se rasgan las vestiduras. Se sienten
víctimas. Ponen el grito en el cielo. Piden dimisiones. Pobrecitos.
Cuando se estaba en aquellos años de transición, difíciles,
máxime en Ceuta, a este periodista, no es que lo espiaran, lo tuvieron durante
varios días sometido, por parte del estamento militar, a un tercer grado sumarísimo.
En los archivos de información deben obrar todos esos folios que rellenaron
aquellos militares, cuántas horas se pasaron conmigo, queriendo averiguar qué grupo
era el que, supuestamente, me apoyaba y estaba detrás de mí.
Todo lo referido fue publicado, así como la esperpéntica
condena que me recayó, un arresto domiciliario de unos días.
Eran los albores de la democracia, y los coletazos del
franquismo estaban por todas partes.
Me obsequiaron con más de cuarenta desacatos, figura ya
desparecida del ordenamiento jurídico español, me pegaron en repetidas
ocasiones necesitando tratamiento médico, recibí amenazas de muerte, necesité
protección policial, recibí amenazas de bomba, me detuvieron y encarcelaron, ilegalmente,
desde la Delegación
del Gobierno de Ceuta, donde se encontraban reunidos el delegado, el alcalde y
el único juez que, por aquel entonces, repartía justicia por esta tierra.